La otra vez, navegando en Internet, encontré esta fotografía de un quiosquero que parece estar durmiendo plácidamente. La fotografía, como suele suceder con las fotografías que retratan las actividades cotidianas de la gente, nos dice mucho más de lo que aparenta. Para empezar, se trata de una fotografía de enero de 1973, porque en ella se ve que está a la venta el Mampato 156, que salió el 10 de enero, de modo que esta fotografía está tomada entre el miércoles 10 y el martes 16 de enero de ese año; es decir, hace ya 47 años. A su vez, se puede apreciar la cantidad de revistas que solían vender los quioscos. Se ven las revistas Tribilín, Disneylandia, Los Picapiedras, El llanero solitario, Delito, Daniel el travieso, La pequeña Lulú, El Manque, entre las que alcanzo a divisar. De las restantes, se ve la Mecánica Popular, Paula, Vanidades, Paloma, Ercilla, Onda, El Gráfico, Time, Cosquillas, entre otras. Además, se pueden ver varios ejemplares de la colección Minilibros de la editorial Quimantú. Como se puede apreciar a simple vista, siendo Chile un país que entonces tenía apenas diez millones de habitantes, en esos tiempos se publicaba y se leía bastante.
Otra cosa que me llama la atención es el hecho de que el quiosquero esté literalmente durmiendo, sin que temiera a que alguien le robara algo. Por cierto, no hay que caer en la ingenuidad de idealizar el pasado, pero es verdad que probablemente hoy día no podría permitirse semejante cosa. Aunque bien pudiera ser que esté simplemente posando para la foto. Quién sabe. Como haya sido, no deja de ser una experiencia interesante el poder viajar en el tiempo viendo esa fotografía. Yo de niño siempre quise tener un quiosco porque me imaginaba pasar el día leyendo todas esas fantásticas revistas. Ir al centro cuando niño era un paseo extraordinario porque había muchísimos quioscos y todos atiborrados de revistas. Siempre volvía con algunas que me compraban mis papás. Las revistas fueron, desde siempre, mi afición preferida. Recuerdo también que en uno de mis cumpleaños, cuando cumplía unos ocho o nueve años, mi vecina de entonces, que se llamaba Paola, me trajo de regalo una revista Disneylandia. La traía enrollada y amarrada con una cinta. Nada más. No sé qué habrán pensado los demás, tal vez encontraron que era un regalo que no estaba a la altura del acontecimiento, pero a mí me encantó. Venía la historia de la ballena que quedaba varada y que los cortapalos ayudaban a volver al mar abriendo zanjas por donde entrara el agua. Es probable que haya sido el regalo que más me gustó.
Esta otra fotografía también la hallé en la web. Es del año 1988, según puedo ver en el Almanaque Mundial que se vende y en el título de una de las revistas de divulgación científica de entonces, la revista Creces 88. Yo ese año estaba ya en la universidad y tenía 21 ó 22 años, dependiendo de si la fotografía fue tomada a inicios o a fines de ese año. De las revistas de historietas se ven Disneylandia, Pato Donald, Tío Rico, Mickey. No veo revistas de historietas chilenas, salvo Condorito. Veo algunas de las varias enciclopedias que entonces se vendían; entre ellas, los fasículos del curso de dibujo y pintura, Micromanía, Microbyte, Tecnología industrial, Modelismo ferroviario. Y de los semanarios, veo Pluma y Pincel, Cosas, Time, Vea, Apsi, Newsweek, Cauce, entre otras. También se ve el libro sobre el asesinato de Orlando Letelier, Laberinto, que me parece que se vendía por capítulos; la Biblioteca de Oro del Estudiante, con un volumen sobre poesía religiosa, un libro sobre Don Francisco; las Selecciones del Reader's Digest, un volumen de la Historia de Chile, que seguramente se vendía con algún semanario; y el ya mensionado almanaque mundial. Y el señor que aparece en primer plano se ve mucho más atento a lo que pasa, pese a que el quiosquero parece estar al interior del quiosco.
Yo seguí comprando revistas, enciclopedias y libros hasta hace muy poco. Supongo que la revista Condorito es lo último que dejé de comprar cuando dejó de publicarse. Y de vez en cuando compraba alguna de las revistas de cómics de superhéroes o de las ediciones argentinas que a veces llegaban a Santiago, como la colección de historietas del diario El Clarín de Buenos Aires. Finalmente, también dejé de comprar libros y enciclopedias porque los primeros hoy los leo en un Kindle y las enciclopedias quedaron superadas por la propia Internet. Tengo varias que se ven muy bien en mi biblioteca pero que rara vez consulto. Yo estuve suscrito a la National Geographic y a Historia, de la misma Natgeo, pero no he renovado la suscripción y sólo de vez en cuando compro algún ejemplar cuya portada ha llamado mi atención. Y aunque aún en el centro de Santiago hay quioscos que venden revistas, muchos de ellos ya ni siquiera venden diarios. Cerca de la universidad en la que trabajo, un quiosquero me explicaba que ya no era negocio para él vender diarios y revistas porque muy poca gente los compraba. En cambio, le iba muy bien con golosinas, refrescos y cigarrillos. El año pasado, dejó incluso de vender los pocos diarios y los pocos semanarios que aún se publican y su quiosco se parece más a varios de los que hay repartidos por la ciudad y que lucen como el de la fotografía de aquí abajo:
Las golosinas superan con creces a las revistas y diarios. Quedan Muy Interesante, National Geographic, Qué Pasa, Ercilla y unas pocas más. El resto es azúcar, grasas, preservantes y saborizantes varios. Alimento para el cuerpo y no para el alma.
¿Y ustedes, mampatinos? ¿Siguen comprando revistas y diarios? No quiero decir que vayamos para atrás porque sería desconocer lo mucho que hemos avanzado como sociedad, pero un indicador inequívoco de que me estoy volviendo un viejo pesado, es que cuando veo estas fotorgafías antiguas me da mucha nostalgia y añoro esos tiempos. Siempre he querido viajar en el tiempo y la otra vez soñé que lo hacía, pero que viajaba a la época cuando estaba aún en el liceo y como era conciente de que era un viaje al pasado, le decía a uno de mis compañeros que debíamos aprovechar de comprar todas las revistas que pudiéramos. Es lo que haría, seguramente, si me toca volver a esos años en que un quiosco era para mí una suerte de cueva del tesoro.